Santas y Brujas Simbolismo Antagónico
La bruja se identifica con la naturaleza en su aspecto oculto, es maestra del disfraz, crea ilusiones, crea conjuros y hechizos, pero desconcierta, confunde, vela y revela sus bellos, encantadores, horribles, mágicos y hasta sexuales y mortales secretos. La bola de cristal, el caldero circular o el espejo mágico de las brujas son símbolos de su ojo lunar. Hay diferentes representaciones de la bruja como una mujer vieja y otras como una mujer joven y lasciva que es también hechicera del mal, del abandono sexual y el placer carnal. Las brujas según distintos relatos pueden ser indudablemente peligrosas y así tenemos, por ejemplo, el relato de brujería de Apuleyo*1 , “El Asno de Oro” donde Lucio, el héroe quiere ingenuamente hacer magia, manipular la naturaleza, pero el hechizo de una bruja lo convierte en asno.
La frase de Santa Catalina de Siena*2 , siglos después muestra la antítesis de lo malo, lo oculto, lo irreverente y antidivino, donde todo se encuentra sometido a lo divino y la creación misma es el altar.
Todo ha sido consagrado.
“Las criaturas del bosque, con su silenciosa reverencia, parecen comprenderlo. En los rincones más profundos de la naturaleza, donde los árboles susurran secretos y los arroyos cantan melodías ancestrales, se encuentra la huella de lo divino. Los pájaros alzan el vuelo en un ballet celestial, sus alas extendidas como oraciones hacia el cielo. Los zorros y los ciervos, con ojos astutos y miradas profundas, parecen custodios de un misterio antiguo. Las hojas caídas en el suelo, desgastadas por el tiempo, llevan consigo la memoria de estaciones pasadas y ciclos eternos. En este bosque sagrado, la creación misma se convierte en un altar. Cada hoja, cada piedra, cada brizna de hierba, todo ha sido tocado por la mano del Creador. La sangre de Cristo fluye a través de los ríos invisibles que conectan todas las cosas. La cruz, como un faro luminoso, irradia su luz sobre todo lo que existe. Así que sí, las criaturas del bosque lo saben. En su sencillez y en su belleza, proclaman la gloria de Dios. Y nosotros, como parte de esta vasta sinfonía de vida, también estamos llamados a reconocer la consagración que nos rodea. Que nuestros corazones se abran como flores al sol, recibiendo la gracia que fluye desde lo alto. Que en cada hoja, en cada suspiro del viento, en cada latido de nuestro ser, recordemos que todo ha sido consagrado. Y que, como las criaturas del bosque, también podamos danzar al ritmo de la divina providencia”.
Los juicios contra la brujería se iniciaron en la Europa de los años 1450 a 1700 durante los cuales murieron unas cien mil brujas resultado de una persecución en el auge de la supremacía sacerdotal hallándose la Iglesia Católica inmersa en la adoración idealizada de la Virgen, convirtiendo a la bruja en su símbolo antagónico, llegándose a extremos terroríficos, percibiéndose a la bruja como la prostituta del demonio, lo que orilló a avivar las llamas en la estaca.
El continente americano, por su parte, no fue ajeno a las calamidades de la brujería o de la supuesta brujería y así a finales del siglo 17 ocurrió uno de los mas conocidos hechos de barbarie y fanatismo. En enero de 1692, se instruyó un juicio en la localidad de Salem, Massachusetts, una de las entonces trece colonias del imperio británico (hoy Estados Unidos de América desde el 4 de julio de 1776) contra varias mujeres acusadas de practicar la brujería. Las supuestas víctimas eran un grupo de adolescentes que comenzaron a sufrir convulsiones y espasmos incontrolables durante el proceso. Este juicio culminó con la muerte de 20 personas, una historia real, un sombrío capítulo en la América colonial.
A lo largo de la historia, el personaje principal, casi por lo general, sea que se trate de brujería o hechicería, ha sido la mujer a quien se le veía y se le tenía desvinculada de la vida política, económica o cultural en casi todos los pueblos de la Tierra y, en muchos casos su origen étnico era el más destacado factor para su trato desigual y discriminatorio, por ejemplo, a las esclavas africanas o mulatas que practicaban sus propias creencias no cristianas, no ortodoxas, se las consideraba simplemente brujas o herejes, como así sucedió en el siglo XVI que inició la ocupación europea de América y las Bahamas y las Antillas fueron un principal destino y ejemplo, especialmente sobre tales esclavas africanas.
Esta persecución de la mujer en especial, por atribuirle hechicería o brujería, si bien puede explicarse, no justificarse, como parte de las actividades del Santo Oficio en Europa y, posteriormente en el Nuevo Mundo de la colonización, principalmente española, no es sustento suficiente para ello. El enfoque al que menos atención se la ha prestado es precisamente la simple condición de ser mujeres y que muchos autores han pasado por alto y actualmente muchos gobiernos, buscan a través del reconocimiento y establecimiento de derechos en favor de la mujer, en convenciones y tratados internacionales, una reconciliación con el pasado tenebroso de la humillación femenina, pero las causas hoy filtradas y traspoladas, aunque con diferentes nombres o definiciones, están aquí.
Una teoría*3 que da ciertas respuestas sostiene que la causa de la persecución fue debida a los cambios en el desarrollo del capitalismo al ser factor de la destrucción de las antiguas formas de la agricultura y en la consiguiente desposesión de las tierras, siendo las mujeres empobrecidas y excluidas socialmente el principal objeto de la caza de brujas, lo cual era el pretexto perfecto para desposeerlas de la tierra y dejándolas en estado de miseria y prohibida la mendicidad por ser delito, hubieron de dedicarse a ser curanderas, parteras o adivinas, o bien, prostitutas, sustantivo que pintaba a la mujer, como hija del diablo y su sexualidad, peligrosa para los hombres, humillándolas en un ataque masivo sobre sus cuerpos, que se organizó a nivel internacional, lo sancionó la ley y lo bendijo la religión.
Si alguna era acusada, le arrancaban la ropa, le afeitaban sus partes íntimas, las pinchaban con agujas en todo el cuerpo buscando “la marca del diablo” y frecuentemente en presencia de varios hombres, desde el ejecutor, hasta párrocos locales.
En el caso de las Santas, en cambio, siendo mujeres también, es imposible concebir sobre ellas el menor rasgo de sexualidad, lujuria, concupiscencia o sensualidad, excepto que simplemente son mujeres, que cultural y religiosamente son asimiladas casi a ángeles y, por supuesto, antítesis de las brujas y hechiceras, cuyos méritos sanciona la religión.
¿Ha cambiado algo?
Artículo por Ricardo Palma Herrera
Citas bibliográficas
Santa Catalina de Siena
(1347-1380) fue una laica dominica, mística, escritora, diplomática y doctora
de la Iglesia. Su vida y su obra son un testimonio de fe, de amor a Dios y al
prójimo, y de compromiso con la reforma de la Iglesia y la paz entre los pueblos.
Sus escritos, que incluyen el Diálogo de la divina providencia, las Oraciones y
Soliloquios y numerosas cartas, son una fuente de espiritualidad, de teología y
de literatura.
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